jueves, 19 de diciembre de 2013

Cuento de Yamil Matos de 5° 1° ARLI

Doppelgänger 

20 de Octubre de 2057.

            Enciendo una pequeña lámpara en mi escritorio. Me siento. Tomo lápiz y papel.

            Era el día lunes 24 de Febrero del año 2053, en ese momento vivía en un barrio de San Andrés. Una tenue luz que se filtraba en mi habitación a través de las rendijas de mi ventana me despertó. Me levanté de la cama sin ánimos y me dirigí hacia el baño. El hastío me abatía .Me miré al espejo y me dije con las palabras mas secas del mundo ''Muy bien campeón. Un paso más cerca de la muerte''. Así es el hado...inevitable.
            Supe asumirlo desde pequeño. No sé cómo, ni cuándo pasará, pero sé que llegará tarde o temprano. Rige y maldice nuestras vidas, de forma más intensa cada ínfimo segundo que pasa.
            Me lavé la cara. Me cepillé los dientes. Un sudor frío recorría mi espalda. Fui hasta mi habitación, tomé una remera limpia de un ropero y me la puse. Dejé la otra con sudor tirada en el suelo, en un rincón de la habitación. Imaginé a mi hermana y a mi madre histéricas ordenándome que arregle el desorden. Recordé lo que era tener una familia. Las secuelas de la juventud perduran por más que pase el tiempo...
            Me puse unas zapatillas y salí hasta la vereda de mi casa. Me sentí ahogado, como si tuviera claustrofobia. Todo parecía pequeño y corriente.
            Nada me sorprende ya. Recordé a aquel niño que fui una vez. Débil, ignorante, tímido, y por encima de todo...miedoso. Para aquel niño, una
flor era lo más hermoso, una avenida lo mas extenso, un instrumento lo mas complejo, un libro era un tesoro, un maestro y un amigo.
            ¿En qué momento perdí ese asombro por el Universo? No lo sé... Comencé a caminar con parsimonia sin un destino fijo. El viento pasaba a mi lado musitando algo que no logré entender bien.
             Sabía lo que pasaría, la vida te obliga a recordar, a retroceder y a revivir el pasado... En cualquier momento durante ese paseo, me encontraría con una parte lejana de mí. Esa parte inmadura que todos recordamos con vergüenza a esta edad. Antes de que me diera cuenta, ese joven que pensé que formaba parte de la historia, estaba caminando a mi lado... Caminando a paso lento, como la Tierra girando alrededor del Sol.
            Luego de pasear un par de horas, llegamos a una pequeña plaza bañada en un tono sepia que ofrecía el ocaso. Nos sentamos en un viejo banco bajo un árbol... Borges me vino a la mente y estoy seguro que a mi otro yo también. La escritura es un arte, y para dominar un arte, hay que saber entenderlo y ejecutarlo con extrema precisión. Fueron tantos años intentando alcanzar una perfección. ¿Vale mas formar parte del canon por opinión de unos pocos, o por revolucionar el pensamiento o cautivar los corazones de muchos con palabras que nacen de forma espontánea al escribir anécdotas o historias ficticias? 
            Se hizo de noche mientras intentábamos prolongar una charla lacónica. No hablamos mucho, ya que me juré que no me contaría nada de lo que pasaría, ni daría detalles de mi vida actual. Solo estuve conmigo, y sentí una paz que solo pude sentir pocas veces.
            Antes de medianoche nos despedimos con un varonil apretón de manos y una sonrisa. Se podría decir que al igual que siempre, seguí mi camino...


            Mi querido lector/a... escribo esta carta con el fin de contarles una experiencia... Una experiencia que no se repetirá jamás y que muy pocos tienen el privilegio de vivir.